domingo, 20 de noviembre de 2011

Cuando Spinetta subió


Fue en calle C, pudiendo ser un flaco cualquiera. A falta de un par de audífonos estuve dispuesto a escuchar otra vez aquel himno para tantos que creían haber sentido en carne propia las flores de primavera y las mariposas del estómago. Los espejuelos polarizados apoyados sobre sus pómulos descarnados empezaron a contrastarse con la melodía tierna de su guitarra, la ingenuidad de las primeras notas estremeció al bus completo.

- Rápido choche, me quitas espacio, ya no hay sitio - habló el cobrador.
- Muchacha ojos de papel...

Me había enamorado, acababa de hacerlo. La letra era genial, la música y las rimas. Tomé aire y sentí que me ahogaba, el vapor en mis pulmones me hizo perder por un momento la noción del tiempo. Cerré fuertemente mi puño derecho. En esa desesperación, mi visión se nubló como cuando abres los ojos dentro del agua. Al momento de recuperar la imagen me percaté que apretaba una muñeca femenina. Atiné a sonreírle bajando la fuerza mas no soltándola. Aclaré la garganta en un intento de decirle algo, pero se adelantó advirtiéndome que estaba buena la canción y que la deje escuchar. No me fastidió porque la noté sincera, tendría unos quince, era solamente una muchacha.

Otra vez el cobrador interrumpió la armonía perfecta creada por Luis Alberto:

- A ver, pasaje. ¿A dónde vas?

No pensaba quedarme hasta el alba, pero me alegró escuchar que la chica de al lado se dirigía al mismo punto que yo. El paisaje a través de la ventana fue pintándose más intensamente mientras la canción seguía sonando. Me volví hacia adentro y noté una barriga prominente de la mujer, como una fortaleza. Desprendió su brazo de mi mano y me invitó a tocar su vientre. Le correspondí alegremente. Sin darme cuenta, recordé que siempre había estado ahí. Observé al cantante en su última estrofa, divisé al cobrador que era mi padre, resguardando la puerta de quienes esperen obtener dinero fácilmente, recibiendo solamente a quienes deseen transmitir un poco de filosofía. En el timón estaba mi madre, atenta para esquivar cualquier suceso impensado. Spinetta pasó pidiendo algunas monedas y no se las pude negar, bajó en la esquina próxima. Si minutos o lustros, no importaba, sabía su nombre pero preferí llamarla mi amor.

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