martes, 20 de octubre de 2009

Pequeña historia del fin

Quiero verte desnuda
el día que desfilen los cuerpos
que han sido salvado, nena.
Sobre alguna autopista
que tenga infinitos carteles
que nos den las gracias.

Charly García

La noticia había sido definitivamente la más dramática de toda la historia. Esa mañana de cielo panza de burro chispeaba, las hojas de los diarios trataban de venderse húmedas, más parecía que fuera el periódico el que lloraba, pues sería también su última publicación. Ni los oráculos ni lo mejorcito de los chamanes que habían migrado a Lima habían podido vaticinar que el mundo se terminaba.

El caos se desató hasta en el sitio más recóndito, el lunes fue doblemente lunes y dicen que en las afueras de la ciudad comenzó un festín que todavía sigue. La televisión empezó a repetir los capítulos de memoria de “The Wonder Years” o “Small Wonder”, en otros canales menos atinados fue la vida de Ferrando como documental, como diciéndonos: ya nos vamos a ver pronto. Las radios fueron tomadas por fanáticos, locutores en potencia sin potencia de voz, asesinos frustrados, ladrones que no encontraban el sentido de robar de nuevo. Los loquitos del Arco Herrera salieron en fila india del nosocomio, firmando antes una especie de agenda, la cual pertenecía a otro loco claro, porque los enfermeros y médicos ya estaban lejos.

Unos días antes de que los medios pierdan seriedad, el presidente habló, pidió perdón por su gobierno sin importancia, repitió bastante, sin que valga la redundancia, parafraseando al Zambo, “Te amo Perú”, luego se quitó la camisa frente a cámaras y fueron dos segundos de espanto, de grasa y de tetas, hasta que volvió a vestirse con la camiseta de la selección esta vez, con el número de Juan Vargas y anunciando que había organizado un partido de final de mundial contra el seleccionado inglés, increíble, qué tipo de chantaje habría sido ese. Se disculpó una vez más y rogó que, literalmente, no se maten por entrar al estadio. Sería jueves el partido de lujo, justo el último día. La noticia realmente calmó un poco las aguas, fue una razón más para querer vivir aún hasta el jueves, los atropellos y violaciones disminuyeron, por lo menos así decían porque ya nada se podía saber con exactitud.

Mi padre estuvo comunicándose con la familia en las madrugadas, el único momento en que se podían usar los teléfonos sin mayor problema. Una tarde quise llamar a una amiga y contarle algunas cosas que habían quedado congeladas por años pero la línea se cruzó y terminamos siendo cuatro en el teléfono. La otra pareja tenía una plática similar a la que estábamos por llegar, así que preferí colgar y ya no he sabido nada de ella, espero que esté bien. Los abuelos propusieron transformar ese último jueves en un domingo de onomástico, de día familiar de sol en Chaclacayo, piscina y bochas los mayores. Toda la familia estuvo de acuerdo, pero para el fin del mundo la familia creció, pues ese jueves con disfraz de domingo nadie tenía algo más importante que hacer.

Conseguimos un bus amarillo de colegio, sólo nos faltaba chofer. Como era de esperarse, no había nadie disponible para ser capitán en nuestra última travesía. La lista de los tripulantes ascendía a sesenta y tres. Los primos ya pensaban que querían llevar para comer, el menor no había podido dormir pensando que quería emborracharse en la última hilera de asientos, con doce años sería sin duda una hazaña, lástima que no trascendería por ella. La mañana del miércoles, previendo que el jueves partíamos a las seis a oscuras, el tío más ingenuo tomó aire, calló a todos, carajeó al sobrino de doce años y comunicó a la manada que él manejaría el bus, a pesar de que solamente hubiera manejado dos veces y encima un automático.

Nos estaba costando conciliar el sueño por las declaraciones del tío cuando en nuestra última madrugada hasta que recibimos la llamada de Gálvez, el taxista de confianza, hablaba entre sollozos, su esposa y su hijo no sé que, no supo explicar, pero parece que fue por la ola de violencia desatada esos últimos días que habían muerto. Dijo que nos tenía mucho cariño y que a pocas horas de por fin el fin, quería ir con nosotros y que manejaría con mucho gusto. Más calmados entonces, logramos cabecear un rato.

Era sin duda el mejor domingo, estábamos completos. Los chicos atrás, los abuelos y tías abuelas al medio y los mayores adelante. Salimos seis y cuarto porque nos demoramos en subir las cosas. Gálvez tomó las avenidas principales, con su Tico sí podía tomar atajos. En la calle, haciendo cola en la puerta de un hotel de mala muerte estaban unos niños de no más de quince. Mi primo de doce también contempló la figura y sonrió pensando, “las putas también tienen familia”. Había otros buses en la autopista, había tráfico, digno de un último día. Para contrarrestar el mal rato, mi primo mago empezó con las desapariciones y juegos de mano más rápido que la vista. Yo sé que sus cartas tienen algo, pero ni por estar en esta situación le pienso preguntar cuál es el truco. Por la radio unos comentaristas improvisados narran el partido de fútbol. Justo acaba de terminar; ganamos uno a cero, con gol de Fano. Los hinchas habían llevado once cruces, hubiera sido lamentable que Perú no sea campeón mundial por una vez en toda la historia. La tía Olga ha venido a la parte trasera y empieza a contar los chistes de antaño, los primeros que escuché y conté, con resultados positivos. Nos convida a cada primo una hamburguesa con pedacitos de zanahoria, yo que no comía esto hace diez años tal vez, la saboreo y sin tragar le sonrío a la tía más excéntrica y graciosa que he tenido. Mi madrina se acerca a donde mi tía Jesús, la tía abuela gorda, la queridísima, yo todavía la quiero. Mi madrina se recuesta en su hombro y empieza a llorar, la besa mucho, lo gordita se durmió. Ahora mis padres, mis abuelos, los tíos también se le acercan, se turnan para besarla, los primos ríen y menos mal no se dan cuenta que la gorda ya se murió. Nadie dice nada, así es mejor. Ya estamos en la carretera central, nadie cobra peaje, somos libres. Es hora de cantar, los tíos retroceden y empezamos a capela “Mariposa Tecknicolor”, los menores no se la saben. Aprovecho el fin de la canción para ir y abrazar con fuerza al viejo, cómo cuando me fui a Arequipa por casi un mes y a mi madre veinticinco besos por los años que dice tener. He venido tantas veces que ya sé cual es el camino, ya estamos cerca. Me acerco al lado de Gálvez, lo saludo, le doy el pésame. El horizonte prácticamente se ha desvanecido, una neblina espesa sobresale, el fin de la pista empieza a divisarse. Me vuelvo a todos y no me quejo.

jueves, 15 de octubre de 2009

Carta de disculpa para cualquier amor que no fue


Es imposible olvidar, y ya te había olvidado. Quien pensaría en este reencuentro, ¡tan pronto! Te soy sincero, no esperaba verte otra vez, o bueno, verte pero sin tanto cariño, sin tanto querer llevarte a algún lugar sórdido y amarte, amarnos; verte pero sin tanto recuerdo de la vida en esos años sin importancia, en los días cándidos en que no te conocía y las primeras palabras de amor que se aprenden hubieran sido las únicas hasta hoy, porque hubieras dicho que si.

Estabas feliz, ¡feliz!, ¿cuán feliz? ¿Lo seríamos los dos ahora? No hay duda, si me ha chocado tan mal verte, imagínate, esta pregunta te la haría ahora mismo y te reirías, y habrían besos y toqueteos de por medio, lágrimas sólo cuando se nos muera alguien cercano. Te vi tan bien acompañada que esta carta será inútil, escribo porque me quedé tonto, fue como un golpe que me hizo madurar al instante, una vuelta a la realidad cuando estaba en vilo, retorné a las carpetas del fin del mundo y te vi virginal hasta los labios, sin poder decirte nada.

Por esta situación puedo afirmar que estuve enamorado de ti, lo cual es extraño, no lo sabía, pero si no es amor, qué es. Todo lo que me habría evitado, no hubiera arriesgado tantas veces la vida, o la propia dignidad, quizá te estaría llamando y no perdiendo el tiempo frente a la computadora, no habrían blogs, conocerías a mis padres, conocerías mi casa, incluso las habitaciones del segundo piso porque todos salieron y yo me hice el enfermo.

Esta primavera está perfecta, el sol invita a bañarnos en la playa, vamos, tengo una playa secreta, es mía aunque cualquiera va. No, no creo que quieras, tal vez irías pero no te dejan y aún no quieres mentir, nunca lo hiciste muy poco. ¿Cuántos octubres serían ya? Este sería el mejor, en este me levantaría cegado, y no pensaría que tengo que vivir sino que te voy a ver, que voy a quedar ciego de tus ojos por su anomalía innata, por la que todos los días enamoras a alguien y me has dicho que podrías caminar sin parpadear, despertar sin ver a nadie hasta que escuches tus palabras favoritas, las que nunca te he dicho, pero yo te he convencido de que tienes que ver y afrontar la vida así sea dura, no importa que se te enamore uno más, me gusta que me envidien.

¿Cómo se llama? No lo he visto mucho. Pero no es malo, tú estás bien, te lleva, sonríes, cuentas lo que hacen, lo quieres un poco, tu papá lo aprecia, tu mamá no sé, tu perro le cagó los zapatos, te recoge, te puso triste dos veces. Me demoré demasiado en darme cuenta pero ya estoy acostumbrado, ya no quiero pedirte nada, ni una salida, ni un favor, ni siquiera diez centavos, solamente quiero disculparme por esos momentos que perdimos, por las historias que no disfrutaste y no puedes acordarte, por los besos que nos debemos, porque si alguna vez te animas a ir a mi playa sabrás que yo podría haberlo hecho mejor.

lunes, 25 de mayo de 2009

Caminata con desvaríos


El micro siempre lo abordaron llenísimo, en el mismo paradero prohibido. Los niños ya se habían acostumbrado a ir de pie, bien cogidos entre sí, y con su mano libre del primer fierro que encontrasen. La distancia hasta su destino era insoportable, pero luego de varios meses, había crecido en sus modestas almas un sentimiento de afecto por esos paseos interminables. Partían desde los arrabales y cada cuadra más allá era un rostro más fino, era un traje más vistoso y de moda. Iván tenía siete y ella seis; de vez en cuando él seis y Paula siete. No hacía demasiado que estos hermanitos de diferente madre habían dejado la teta y no lo les quedó otra que adaptarse, porque por estos tiempos tenían que ir solos los dos al colegio, un Colegio Nacional de rejas azules, ni me acuerdo cómo se llama, pero queda nada menos que en Miraflores y es mejor zona que por aquí pues mijo, cuidao nomá cuando vayas pallá, siempre mirando, entiende que es más mejor que estudiar con estos pirañitas mijito. Y entonces las pistas sin asfaltar se llenaban de una neblina de tierra cuando Iván corría cada mañana, religiosamente a las seis y media, en busca de su constante compañera de juegos y ocurrencias. Si estaban de buenas se hacían uno sólo con las manos.

Subían por la puerta trasera del bus, se hacían paso como podían entre esas estatuas de carne y carnívoras. La hediondez de algunos y las ventanas cerradas lograban alborotar a los más afligidos, y estos en su ira y en su repugno a los cholos cochinos del Perú, lanzaban viles miradas a los pequeños bobalicones, a los que no mataban ni una mosca, pero estaban solitos pues y alguien tenía que pagar por ese atentado en contra de la sociedad, una grave falta la de contaminar el ambiente, y cuando escuchaban las críticas los niños, en su nobleza, se limitaban a sonreírse entre ellos; también había días en que Paula prefería que el suelo la mirase y entonces Iván nunca le dijo nada esa vez, se le quedó mirando fijamente esperando que no llore.

Abandonaban “la nave” -cómo solían llamar al microbus- en la avenida Arequipa, en una de sus últimas cuadras. Hubo un lunes que Iván interpeló a su amistad de toda la vida para aventurarse en ese distrito tan bonito, tan diferente a su noción de hogar, sólo sería ese lunes porque tenía unas ganas locas de ver el mar, una sed visual pues ya no le bastaba con su imaginación, quería palpar un placer siquiera una vez, ese lujo de paupérrimos eruditos a los que suele llamárseles poetas. Sus razones fueron suficientes para que Paula asienta; cruzaron el óvalo de Miraflores y se adentraron en el concurrido y arbolado Parque Kennedy, pasearon por las lozas admirando las caras pálidas y las cabelleras rubias de turistas mañaneros, continuaron su rumbo hasta llegar a la bajada Balta, siempre asombrándose por esos edificios altísimos. Decidieron seguir a los tablistas de trajes negros ceñidos por ese suelo empedrado, pero nunca hablando, sólo mirando la lejanía; uno era la soledad del otro. Por fin llegaron a unas escaleras, bajaron; luego atravesaron un sólido puente de madera y por último otras escaleras que terminaban a pocos metros del tan ansiado océano.

No habían acudido muchos bañistas a Makaja, sobre todo eran surfers los que flotaban en esas aguas inmundas, de colores, por tantas bolsas que nadie sabe cómo llegaron ahí. Parece que a Iván le fastidió el gentío, sus miradas por encima del hombro y entonces no se detuvieron hasta encontrar una playa deshabitada. Al llegar, Iván corrió sobre las piedras haciéndolas crujir hasta alcanzar la orilla y empezó a mojarse las manos, hasta que Paula empezó a acercársele y un giro del niño y un movimiento de manos hizo que la niña termine empapada de agua salada e inmunda, pero siempre risas. Corretearon un rato. Él la amenazaba con piedras que jamás se atrevería a tirarle y ella sin darse cuenta de la piedra se corría contentísima. Agotados y distantes, se sentaron y se abrazaron las piernas, pegando los muslos al pecho. Mientras Paula se arreglaba el pelo casposo, Iván empezó a concentrarse en el codiciado mar, las olas que se le acercaban cada vez con más fuerza y descaro, sin temor a desperdiciar algunas gotas en un ser tan corriente, de impregnarse en un uniforme de segunda mano y sin escudo propio en la camisa, y de cuellos sucios a pesar de ser lunes, el mar lo desafiaba con una reventada tras otra, buscaba humillarlo y con un poco de suerte enfermarlo y que nunca regrese a su playa. Su amado pero indiferente mar empezó a cambiar de tonalidad, de azul inmundo a un impredecible rojo o naranja, o ambos, y de querer a furia, y de ondas a flamas, y de gotas a sangre…

- ¿Te gusta el mar? – preguntó Iván.
- Es la primera vez que lo tengo tan cerca… Sí, me gusta mucho. – habló Paula.
- Entonces hay que estar un rato más, y cuando quieras venir dime. A mi me calma, cuando sea mayor creo que no iré a clases para venir aquí todo el día.

Y el recuerdo de un acontecimiento en una de las tantas naves a las que aprendieron a subir juntos, por suerte rememoró con algunas lagunas pues si no se hubiera matado al instante, un esquina bajo y casi vacíos todos los asientos ya, y un “tú baja primero” a la niña más hermosa que conoceré para siempre, y entonces ella se adelanta y se dispone a bajar, cuando el cobrador, le toma el brazo y lo acaricia por tres segundos y su mirada febril y se siente un jadeo y sólo su desgraciada conciencia y Dios saben qué estará pensando, y es temprano para el próximo porro pero más tarde de todas maneras; la niña está en esos días en que el piso la mira, porque no sabe que hacer, y su compañero no le dice nada esos días, aspira sin exhalar, y haciendo puño sin fuerza, la mira fijamente y espera que no llore…

- Yo voy a vivir por aquí cuando crezca – repitió Iván, mientras se desamarraba los zapatos a medio lustrar. – Ya vuelvo.

El pequeño marginal se levantó y de puntillas alcanzó la orilla helada. Paula lo observaba con cierto escepticismo, preparaba una carcajada para cuando su amigo se vuelva arrepentido, muerto de frío y estornudando.

El agua mojó los pies tostados de Iván y no se inmutó siquiera; se dejó caer y empezó a bracear intentando los movimientos de los tablistas de la playa contigua. Empezó a avanzar a pesar de las olas fortísimas, y fue cuando percibió su libertad buscada, la calma… Hasta que un chorro lo cegó y de desesperación, rompió en llanto y su mar vengativo logró apoderarse de sus lágrimas, e incluso las puso en contra del mocoso; este, entre sollozos ya no trató demasiado, pero nunca se volvió a las piedras tampoco, otra vez había perdido.

Paula creyó. La cabeza azabache había ido extinguiéndose en la inmundicia, y Paula que no quería creer, se quedó estática hasta el ocaso, pero ya había creído.


Dos sucios personajes tienen algo parecido a una conversación, se encuentran en un jardín, en el malecón de Miraflores, por allí las criadas pasean canes que no son suyos, o bebes preciosos, blanquitos, castaños, con quienes tampoco hay forma que tengan algún parentesco común. La muchedumbre esquiva al dúo gris, los miran con recelo, con ojos miraflorinos, un vistazo acorde a los paradigmas de cualquier limeño ordinario; pero ellos continúan intercambiando palabras agudas y graves, en voz baja y gritando, algunos neologismos, para ellos frases tan del día a día. Ambos vestían un ropaje vetusto y pestilente, si una mosca pasaba sobre ellos se ganaba con un buffet sin tiempo límite y con bebida gratis, el sudor. Era difícil distinguir su sexo pues los dos exhibían unas melenas frondosas, sin embargo se apreciaba una barba rala del cuerpo más bajo. El escenario se iba llenando de la bruma que emergía de los pies del barranco.

- Tengo frío – manifestó el ser lampiño, que sin terminar de decir, empezó a dislocar voluntariamente su mandíbula, primero lento, rápido, y más…
- Cierra la boca. Si tu lengua se vuelve a escapar no me vengas a pedir ayuda.
- Cuéntame un cuento.
- Ya los sabes todos – bajando la voz.
- Quiero “el niño y el mar” – enseñando los dientes picados.
- Te lo conté el marcodó, hoy no sería conveniente, será el que viene – concluyó, pegando su barba al oído agujereado sin arete de su compinche.
- Pero… pero… faltan dos semanas para el próximo marcodó… Y tampoco es seguro, depende si la luna toma esa forma la noche anterior… – mostraba preocupación; con su índice y pulgar, partía desde la comisura de sus labios, bajaba deslizando, arrugando el inferior y dividiéndolo en dos.
- ¡Cállate ya! – ahora gritó.
- Pero dime cuando lo veas, ¡por favor! Y si no quiero, oblígame; no lo he vuelto a ver. ¡Hoy quiero verlo y no está! – y la pena se representó húmeda en la cara.

Cuando el de la barba nota la presencia distante de un infante pataleando en pleno oleaje, nunca le dice nada, la mira fijamente y no le importa si llora o si lo hará.

martes, 7 de abril de 2009

Carta a la señorita que fuma


En la mayoría de nuestros encuentros optamos por no decirnos nada, y ocultar nuestros más grandes anhelos. Estoy seguro que usted en alguna ocasión me observó y fingió que no pasaba nada y no me avisó y solamente atinó a irse sin saludar; podría apostar cualquier cosa que así sucedieron las cosas, porque yo hice lo mismo. Ayer la vi. Tan recatada como siempre, mientras trotaba hacia su universidad, o a su centro laboral o al gimnasio. Ayer quise que me viera, no pensaba saludarla pero sí que me reconociera, para otra vez callar y alegrarnos por dentro.

Señorita yo sé de usted no mucho, pero estos coincidentes encuentros han hecho que descubra algo: usted no tiene esperanzas de vivir dichosamente al ser yo su sueño diario. Le confieso en este momento que yo siento igual que usted por mí, a excepción que veo imposible el sufrir a su lado, todo lo contrario. Yo la quiero, y eso debería ser suficiente razón como para dejarla ir y que no sufra, cómo en las verdaderas historias de amor, cómo en las novelas; pero nunca he sido tan valiente y además nací condenado a vivir historias de desamor, por lo que sería perfecto si me quedara con usted. Señorita en realidad me estoy adelantando, porque usted tiene que decidir, y antes que diga nada, debe saber cómo soy y qué he esperado desde que nos miramos hace años.

Señorita todo lo que voy a expresarle a continuación es verídico; entienda de una vez por todas que ya me cansé de guardarme todo lo que siento por usted. Espero que usted sí tenga el coraje de decírmelo en la cara.

Señorita no es requisito que sea blonda, cabello claro u oscuro estará bien, aunque nunca pelirroja. Que esté a mi altura o, preferiblemente, un poquito más baja, para cuando se le ocurra usar tacos. Que cuando camine por alguna vereda, a los transeúntes los distraiga, y si te cruzan voltearán varias veces. Señorita, ya no quiero llamarte así. Chica, tienes que saber abrazar de todas las formas posibles, porque siéndote sincero, nunca he sabido cómo entrelazar mis brazos con simetría. Tienes que fumar o aprender, o por último, tolerar el humo de mi cigarro, que ya mañana lo dejo, no te preocupes (y mañana diré lo mismo). Princesa, tienes que saber que te acabo de llamar de una manera muy cursi, y cuando lo vuelva a hacer solo ríete y piensa que tienes un novio bien pavo. Linda, tienes que escuchar a Sabina una noche antes de dormir cada quincena, y llorar en los hombros de tu almohada, ya que no encuentras el por qué de mi indiferencia; chillar porque sabes que te quiero tanto y nunca te lo digo, o quizás te lo digo a diario y te siento igual que al loco del parque. Tienes que saber que si es verano dormiremos sin lugar a reclamos en paños menores y cada uno en su flanco, y en invierno sí nos abrigamos, para esas épocas supongo que me habrás enseñado ya a amarrarte con mis extremidades y entonces te beso la frente y tú a mí la barbilla e inmóviles, hasta el próximo amanecer. Flaca, tienes que cantar conmigo cuando me levante de madrugada y no consiga el sueño otra vez, al comienzo yo elegiré las canciones, y cuando te vayas acostumbrando a esos conciertos a oscuras, podrás elegir tú también. Tienes que saber que odio que no me respondas los mensajes de texto, o que detesto que me cuelgues cuando te llamo, y debes aprovecharte y molestarme así, y cuando nos hallemos, tú intentes calmar mi ego herido con tu boca y yo seré tan torpe, tan niño, que te perdonaré. Debes saber que nunca te regalaré una rosa y que este escrito no será el último. Mujer, sobre todo, tienes que ser tan tonta para haber terminado de leer esta carta.

domingo, 22 de febrero de 2009

Debe ser que es febrero


Llevaba quince días trabajando en la pizzería, mi primer trabajo. La primera semana había sido eterna, en la que me he metido, tengo que lavar cómo cincuenta mil fuentes además baldear el piso, pero no te olvides que primero barres todo, ya Cristian, ya entendí, por hoy te voy a ayudar un poco pero esto lo hace sólo una persona cada día, ay de mi, ya voy veinte fuentes limpiecitas ahora me faltan cuarenta mil novecientas ochenta, que hasta ganas de llorar de impotencia tuve, ahorita mismo renuncio, pero que van a decir después de mi, se hablaría del mariconcito que duró menos de una semana, que no aguantó la presión, también con ese cuerpito que tenía, con su alma ya tenía bastante, por eso no puedo tirar la toalla, tengo que seguir nomás, al mes vuelvo a pensar en la retirada, aunque igual, dirían del maricón que no soportó los martes 2x1, en cualquier caso, preferible maricón que mariconcito. Nunca me habría imaginado que sería tan duro esto, no me cago en plata pero tampoco me urge el dinero, ni siquiera mi viejo comenzó tan joven y el tenía mucho menos de lo que tengo yo, en fin, caballero nomás, me trago mi orgullo en este momento con este sorbo de Pepsi, ¡que, por lo menos un vasito de gaseosa me han invitado, carajo!

La siguiente semana ya era más diestro en las artes del lavado y enjuagado de piso, hasta ya sabía cortar de manera aceptable las pizzas, pero eso sí, Cristian ayúdame los martes que hay muchos pedidos y el horno estos días se acelera, ya voy, ya voy, tienes que cortar mas rápido pues, y me dio ganas de decirle que había una pequeña diferencia entre él y yo, simplemente que tu tienes quince años trabajando aquí y yo con las justas quince horas, minúscula desigualdad. Algunas de las meseras que buenas son, no sabían ni mi nombre y me ayudaban en lo que podían, y yo al costado del horno muriéndome de calor en pleno verano, ellas serenas, frescas, con una alegría inalterable por el hecho de atender al público, me pedían que les corte esa de aquí, esa que va a salir ahorita por favor, que el señor la está esperando hace rato, y a la lasaña échale el queso parmesano por favor, yo escuchaba, hacía y sobre todo sudaba y me deshidrataba cada minuto más. Había una que destacaba entre las demás, ella trabajaba todos los días y justo en mis horarios, tenía buena figura, bonita de cara, dejaba chiquitas a las demás en lo que respecta a belleza y bien que todos los trabajadores del local quedaban turulatos cada vez que cruzaba por los húmedos pasadizos de la pizzería (eso porque no había terminado de secar los pisos todavía je, je). Un día yo estaba en el área de corte y se acerco ella con su soberbia característica, con ese exceso de confianza que le daban sus atributos…

- Oye, esos canelones son para mi mesa, ¿puedes sacarlos, rápido? – con una sonrisa provocadora, digna de la chica mala de la película y obviamente falsísima.
- Sí. Pero un ratito, estoy ocupado y hay dos pedidos antes que el tuyo.
- Ya pero, pero al toque porfa – pensando seguramente, chibolo de eme, ¿más lento no puedes ir?

Y la verdad no podía, tenía que hacer bien mi trabajo, nada de que cómo tienes buen culo te voy a dar preferencia, ella se llamaba Masha nosecuantos no era Carmen Electra, y aún así haya sido la ex Baywatch no hubiera cedido para nada, yo seguía órdenes de mi entrenador, el zambo Cristian, y de nadie más. Nunca me reduje ante su retórica y su voz, con la que parecía que se iba despojando de todas sus ropas con cada palabra que pronunciaba, yo seguí metiendo la pizza en una caja para delivery, -y acuérdate de las dos bolsitas de orégano y dos de ají, ya Cristian, y no te olvides del soporte para que no se aplaste- cuando esta fulana cogió la pinza de mi mesa de labor e inmediatamente sacó su plato, le roció el polvito mágico para pastas, me sonrió de oreja a oreja manteniendo sus ojos demoníacos y se largó, me cagó esta hija de su madre, me sentí derrotado, y por un cuerpo sin cerebro, bien formado y proporcionado pero nada de neuronas, que inmoral para robarme mi arma cuando menos lo esperaba, fue una contienda injusta pero en la que nunca hubo árbitro, así que pásenme otra Pepsi para tragarme más sentimientos.

Hasta el momento era un día malo, bueno ya no me duele tanto la espalda, por lo menos, es una vaina agacharse a cada rato para dejar hecho todo un anís, vamos Carlitos, límpiame la mesa y con eso ya acabas, ya Cristian, en realidad ya debería de haber salido hace veinte minutos pero creo que es normal eso de quedarse un rato más. Estuve remojando el trapo con un líquido desinfectante, lo exprimí, y acto seguido, me dirigí a la mesa de Cristian, comencé a limpiar. Estas mejorando Carlos, ta muy bien eso, ah gracias je, je. Y así conociendo un poco más a mi preparador y riendo un poco con él, justo en mitad de una carcajada se aproximó a los dos una chica que hasta ahora no había visto ni en pelea de perros. Ajá Mashita, te llegó competencia, claro que esta muchacha era menor por unos años, tendría mi edad, por lo menos hasta ese momento porque cuando se uniformó como que aparentaba unos veintiuno y con unos mesecitos más tal vez, pero bien bonito le quedaba ese pantaloncito negro y esa corbatita con dibujos de vegetales, con esa meserita si vengo más seguido a esta tienda, y que sólo me atienda ella. Hola, le besó el cachete moreno a Cristian, y yo que siempre espero y no me toca nada, esta vez me tocó, hola, hola, algo bueno tenía que suceder en esas cuatro horas, aunque me quedó chico ese besito, uno en la otra mejilla pues, pero trabajas otras cuatro horas, no Cristian, ya me iba, ya me voy. Estaba saliendo, ya cambiado, y más o menos limpio, volteé a ver si estaba ahí la chica, y sí, estaba volteada, con su cabello negro amarrado, sonriendo como hace un rato, sirviendo no sé que cosa, y justo empieza a sonar un reggaeton en la radio, y esa radio será pequeña pero como hizo mover a la niña, embobado me quedé con tanto movimiento de cadera, mejor voy a firmar porque creo que estoy estorbando el paso. Comencé a llenar la tarjeta, y vaya con la sorpresa que me di cuando miré el horario semanal, el sábado que caía catorce me tocaba cerrar, ¡catorce de febrero! Otro san Valentín sin novedad pensé, no tenía planes hasta ese momento aún, pero algo tenía que salir con mis amigos, ir a una disco, o hasta quizás, una idea muy remota, salir con una chica que apenas conocía, quién sabe, podía ser que acepte. Y así pensando en eso de mi primer catorce en una pizzería no me despedí de mis colegas. Me fui, cargando mi mochila inflada por esas botas que me he comprado para no resbalarme, ya ni arrepentirme puedo, sería poco ético salirme del barco ahora, ni una lancha me darían para regresar, sólo me queda esperar a que las aguas se calmen y esperar también, muy sinceramente, que siga superándome en mi tarea de marinero. Ojalá que le hayan fregado su catorce también a la meserita esta de las caderas oscilantes, la que regala besos así, sin conocerte, ojalá pues, más que nada por un tema anímico, porque si ella está atendiendo, ahí si que me apuro, pídeme lo que quieras, pero, ¿y esos pedidos antes que el mío? No importan esos, tú dime que quieres que saque nomás…

Llegué cinco minutos antes de mi turno para poder cambiarme tranquilo, el salón estaba repleto, rebosaba de gente, debe ser que es febrero y catorce, sí, debe ser eso porque gran parte de los clientes están de a pares. Entré por la cocina, salude con holas a los que me cruzaban, subí al segundo piso donde está el bañito de hombres, ya ni entro, acá afuera nomás me cambio, a las justas entro en ese cubículo, además no pasa nadie por aquí. Bajé listo. Esos escalones me habían hecho transpirar y encima ahí estaba la chiquita que regala besos, que estaba mas alegre que nunca y saltaba de aquí para allá, por tanto salto y reggaeton, que súbele el volumen, que esa canción me gusta, y ya no saltes más que me acaloras peor. Por su exaltación no la saludé como se debe, como a ella le gusta, y como a mi más. Empecé la jornada cortando, poniendo en su caja los pedidos para llevar, y sirviendo en plato o en bandeja lo que era para comer ahí mismo, y vienen todas las meseras menos la mía, bueno la que yo quiero que venga, ay ¿no digo que nunca me toca?

Esta pizza familiar es para… Miré la comanda, busqué al encargado de ese pedido, MESERA: KARINA. Y esta quién será, si nadie se acuerda de mi nombre yo tampoco. Uy, esta es para mi, me dijo una voz que ya había escuchado alguna vez, giré mi cabeza rápidamente y sonreí por inercia, ni siquiera sabía de quien se trataba pero siempre hay que ser amable, y qué precisa fue esa sonrisa, así sin querer me salió la mejor que tengo, y para quien la estaba guardando justo, ¿tú eres Karina? Me salió un gallo, así es, y esta me la llevo, ¿y, tú? Carlos, ah ya, ya vuelvo, y cuando quieras y si no estoy trabajando a esa hora me llamas y a tu disposición día y sobre todo noche, y si no tienes con quien salir igual, pensé, seguía sonriente. Esta es grande, en ocho, esta es súper familiar, en doce, esta para llevar y esta para Karinita, que tiene unos ojazos color café, el otro día no la había visto bien, pero hoy sí, frente a frente, y tiene un lunar que la hace mas coqueta todavía, y ahí viene, ¿y, hace cuánto que chambeas acá? Dos meses, ¿y en qué universidad estás? Oye Carlos, ya deja de hablar tanto y anda a lavar, hoy te toca, increíble la manera de interrumpir de mi mulato maestro, por lo menos la hubieras dejado responder, ya me voy a seguir con lo mío, ya muy bien, yo también, oye pero no te olvides que ahora saliendo de acá van a hacer una reunión, en la casa de Paloma, ¿ah, sí? Ya pues bacán. No sé cómo voy a hacer ahora, no tengo plata, diré que soy abstemio, que estoy tomando pastillas, una mentira piadosa, además mejor converso tranquilo con la meserita más linda de aquí, que no creo que tome mucho, no, esta niña de pisco sour, no pasa, como dice Casaretto. Me desconozco aquí en el lavadero siendo tan rápido, que me alcancen más fuentes, cuchillos, pinzas, todo lo que esté sucio, con esta velocidad acabo ahorita y así lo hice, me faltaron algunas bandejas en verdad pero me dijeron que ya se había acabado mi turno así que no protesté y me fui volando a cambiar, es gracioso eso que cuando estás con más ganas de hacer algo te privan de tu libertad y al revés. Ay este bañito, me arranqué el uniforme pues lo tenía adherido al cuerpo, será por el calor, o será que me creí demasiado esas charlas que me dieron los primeros días de que todos somos un equipo, una familia, que este es tu segundo hogar, y este uniforme ahora es parte de ti, y ya lo tenía de piel. Me enjuagué la cara varias veces, me mojé el pelo, intenté peinarme, me mire al espejo, sólo me faltó la colonia pero lo bueno es que mi transpiración nunca ha desprendido hedor y espero que siga siendo así hasta el final de mis días. Bajé listo otra vez, caminé erecto, sacando pecho, cargando la mochila inflada, que cómo me jode la columna. En la puerta me encontré con un amigo, un nuevo recluta al igual que yo, y me recordó lo de la reunión saliendo de aquí, que no fue tanto recuerdo porque nunca se me olvidó, ni loco. Claro que voy pues Rodrigo, es más, te espero, porque no sé quienes van a ir, ya pues, me voy a apurar entonces, OK, estoy afuera cualquier cosa. Salí por la puerta que da a la cochera, me senté en la vereda que aún pertenece al local y saqué un cigarro, y una pitada y otra, y creo que contagié con tanto humo a las chicas que estaban a mi lado, porque ya parecía competencia, el suelo se convirtió en una orgía de colillas, y eso para que entiendas chibolo que nadie me gana fumando, entre las dos me habrán goleado quince colillas a cinco más o menos. Ya estaba aburrido de participar en disputas tontas, así que mire la puerta fijamente, viendo quien salía y quien entraba, y al fin, salió el premio mayor, salió con sandalias y con una falda de jean, un polito apretado sin mangas, estaba meloncita y le ardía todo el cuerpo, es que ayer me fui a la playa y no me eché bloqueador ja, ja, sólo le faltaba el moño y me la llevaba a mi casa. Se sentó cerca Karinita, a dos metros de donde yo estaba, se puso a hablar con sus amigas, las que fueron mis rivales en el enfrentamiento puchero. Por ratos coincidíamos en mirarnos, y sonrisas y volteo de nuevo. Y ya pues, ¿a quién le toca preguntar una tontería, a ti o a mí? Es sólo para comenzar una amena conversación, hablábamos telepáticamente. ¿Y dónde vive Paloma? Por acá nomás, ya he ido una vez. Ah OK, y ¿dónde me dijiste que estudiabas?... Y salió Rodrigo, este huevón se sienta en medio de los dos todavía, qué conchudo, ni pide permiso. Ahí estás oye, peor que mujer para cambiarte. Sí, sorry, pero ya vamos pues, ya van a ser las tres, no hay tiempo que perder. Y yo seguía preocupado por mi problema monetario, con las justas me alcanza para mi taxi de regreso, yo creo que vamos caminando a la reunión, si está cerca, porque eso de hacer chanchita nunca me ha gustado y mucho menos hoy, por último me hago el dormido, cómo si alguien se la fuera a creer.

¿Y hasta qué hora te quedas? Ja, ja. No sé, hasta las ocho será, siempre es así los fines de semana, ¿tú? No he pedido permiso, supongo que un par de horas nada más. Ja, ja. ¡Asu, que bad! Entonces, salud, salud pues, y estudio en la PUCP, ah ya, ¿qué carrera?.. Y los parlantes a toda potencia hicieron que muchos, varones, féminas y término medio, porque también hay de esos en el trabajo, se desinhibieran, mira cómo salta ese loco, ahorita se mata, ja, ja, creo que de todos los que estamos aquí él es el mas viejo y también el más inmaduro, desde que lo conozco es así, pero es un buen tipo, cuando está sobrio claro, je, je, y se nos acercó una mujer toda desgreñada, ¡Kary, te he eshtado buscando, vamos con laash chicas un rato! Y yo simulé una risita, anda nomás, ya hablamos después, ya muy bien, espero que cumplas tu palabra, ja, ja, si tú ya sabes que yo estoy disponible para ti hoy, mañana, y aquí y allá y acullá, así que cree en mi palabra, que si es por ti que he venido a este antro, me dije a mi mismo. Y qué más, iré con Rodrigo pues, ahí estaba él, parado con su trago en mano, era parte de un círculo, eran ocho en total, o sea que si fuera una pizza, sería una grande, en ocho pedazos, ¿y el orégano y el ají, Cristian? En el almacén pues Carlín, ¿y es para llevar, o para comer acá? ¡Ay, qué me han dado para tomar! Me cacheteé despacio un par de veces y me arrimé a la multitud, ahora éramos una pizza deforme gracias a mí, y me acoplé pero nunca llegué a entender de qué hablaban, porque dos comentaban que el fútbol, clásica plática, que la selección, que el “loco” Vargas, salud, shalud, el país y el gobierno y su economía, qué estamos celebrando el día de la amistad así que no vengas con huevadas, además en mi Bocón no dice nada de economía, y sí vale sus cincuenta céntimos, bien pagados, ay las malcriadas, je, je, yo creo que nunca la voy a dejar, ja, ja, shalud, shalud, ¡hip! Me aburrí. Rodrigo estaba igual o peor que los otros, era dialogar con un reproductor de gruñidos, cogí un vaso limpio y me serví una gaseosa, me senté en uno de los sillones, solo, observé todo lo que pasaba en esa madrugada de quince de febrero, entendí hasta donde puede llegar la estupidez humana, vi exceso de amor, que hay hoteles disponibles las veinticuatro horas caramba, yo así estoy bien, nada más de trago por hoy, es más, me voy yendo porque estoy muerto de cansancio, más bien, sin hacer mucho ruido porque hasta ahora no me piden que apoye para el trago, caminé sigilosamente, yo sólo me quiero despedir de Karinita, que muchas gracias por invitarme y siempre que quieras yo… Ya me voy chicas, cuídense, chau Kary, gracias, ya nos vemos, oye, je, je, le pellizqué dulcemente su brazo melón por el problema del bloqueador, y como que volvió en sí y me sonrío, aunque seguía con los ojos cerrados. Oye tu vives cerca, ¿no? Llévala a su casa pues, ella siempre se va con Lore, pero justo hoy no ha podido venir, me dijo una pequeñita que recién la veía en toda mi vida, ya ni siquiera le pregunté si era normal que mi Karinita con esa cara de niña de su casa y de pisco sour no pasa, termine en ese estado. Sí claro, no tengo problema, Karina, ¿vamos? Evocaron al instante todos esos juramentos hacia ella, los que le había hecho en secreto, así que no me queda más que cumplir mi promesa. La ayudamos a pararse entre varios, una de ellas era la culpable de su borrachera, que luego caminó zigzagueante hacia donde estaba yo y me dijo bien clarito, oye chibolo, la cuidas bien, la dejash, en la puerta, y esperas a que entre, tendrás carita de buena gente, pero yo sé de esos, ay pobre de ti que te pases de pendejo, Kary esh cómo mi hermana, y yo la quiero, y… Y empezó a llorar, carajo, me vas a resondrar o qué, ay esta chica, segurito que el chico no la llamó, ni la invitó a salir, pero igual no hubieras podido, si trabajas hasta tarde, pero lo que vale es la intención, además yo ni quería embriagarme hoy, ¿no hubiera sido romántico que mi chico me vaya a recoger y me acompañe a mi casita? A la puerta por si acaso, y que espere a que entre, ya tranquila, le di unas palmaditas en la espalda, este febrero está poniendo chiflada a la gente, y todo lo que no le tocó a ella quería que lo disfrute Kary, porque es mi hermanita menor y tanta vaina, gracias, se secó la cara y se despidió de mí, y a Karina un beso en la frente, cuídense, ya nos vemos en estos días.

Salimos los dos entonces, a buscar un transporte, y estaba con la chica que había querido estar, y por sus besos a desconocidos y por su piel tostada, y el lunar. No quería pensar qué era lo que sentía por ella, apenas habíamos hablado pero esas caderitas cómo que convencen, no quería pensar en eso porque en realidad no pensaba nada, porque yo me enamoro a diario y en todo lugar, además estaba ahí mismo con ella y la emoción era mínima, pensaba más en llegar a mi cama y tirarme un clavado así nomás sin sacarme lo que llevaba puesto, me encontraba en una situación inusual simplemente, y había que terminar esta misión en la que yo solito me había metido como todo un caballero. Paré un taxi, sí señor acá cerca, a… Karina, ¿cuál es tu dirección? Se había dormido parada, no me quedó otra que sacar de su cartera su billetera y luego busqué hasta encontrar el DNI, ya vamos, sube Karina, Carlos baja la luna, que no puedo respirar bien, bajé la mía y la suya. Las calles estaban vacías, uno que otro perro ahí por los basureros y hasta uno nos persiguió un buen tramo y ladró tan fuerte que Karinita saltó y se aferró a mi brazo, y cuando comprendió lo que pasó sonrío y dejó caer su cabeza nuevamente, pero esta vez sobre mi hombro, gracias perro. El conductor había puesto a Nino Bravo y más allá del mar habrá un lugar dónde el sol cada mañana brille más… Yo estaba cansadísimo, y mi zombie acompañante, una zombie linda claro, comenzó a recobrar la conciencia, y abría y cerraba sus ojazos, y sonriente me decía, oye gracias, que vergüenza, no te preocupes, es un placer, ja, ja, ay Carlitos, cómo me duele la cabeza, y las tripas están que me suenan, ya había soltado mi brazo pero seguía apoyándose en mi, mirando los postes, uno y otro más, y ahí viene otro, y las luces, una luz amarilla, y esta es blanca, empezó a sobarse los ojos fuertemente, ay Carlitos me estoy sintiendo mal, llévame a mi casa, para allá vamos, espérate un poquito más, ¿qué sientes? Duerme un ratito más, yo te despierto cuando lleguemos, trataré pues. Y no pasaron ni dos minutos, ay Carlitos, ya no puedo más, y la veía con dificultades para respirar, señor cóbrese, hasta aquí nomás, y bajamos corriendo los dos, directo a ese parquecito, y ella llegó antes que yo, se arrodilló en la vereda y se libró de todo el alcohol que había bebido de una manera un poco grotesca, un poco nomás porque hasta para vomitar tenía clase. Cogí su bolso y busqué un pañuelo o algún pañito, le alcancé uno, intenté secarle el rostro pero me lo arranchó y lo hizo sola, vamos a sentarnos a la banca un rato, ella asintió y me siguió, pero no dijo ni pío. Y así nos quedamos, con la mirada perdida, hasta que la empecé a mirar pero sin decirle nada, ya era tarde, los pájaros habían empezado sus cánticos rutinarios, así que voltea, que yo también tengo casa y familia, y así otra vez se encontraron mis ojos con sus ojazos café, y yo sonreía pero ella no, y sonreí más, y ajá, se quiere reír, y así nos fuimos contagiando el uno al otro y terminó en comedia todo, felizmente.

- Ja, ja, ja, ¡ay qué roche lo de hoy!
- Ja, ja, ja. No le pienso contar a nadie.
- Ja, ja. ¡Si lo haces, te mato!
- OK. Je, je. Me has caído bien, somos prácticamente extraños y mira ya todo lo que ha pasado.
- Si pues, y tú eres mas lindo de lo que te imaginé.
- Je, je, ¿y cómo es eso? – pregunté nerviosamente, cómo me habrá imaginado, y dónde, si toma de la manera que toma, hasta dónde llegaran sus pensamientos.
- No, por como se han dado las cosas, no creo que sea el momento indicado.
- ¡Quién sabe! – me arriesgué.

Acercó la palma de su mano a la boca, besó sus dedos más altos y sin dejarme respirar posó esos mismos dedos de sus labios en los míos, y no supe que hacer, nunca me hubiera pasado por la cabeza una reacción si es que no quitaba su mano de mi boca, y así lo hizo, y entonces supe que debí, muy tarde pues, que debí de dibujar un beso en el mismo sitio que ella dibujo el suyo, pero que tonto…
Karina se volteó, poniéndome la nuca, y no podía esperar otra reacción por su parte, mi inexperiencia e inocencia la habían hecho molestarse, tengo que actuar rápido nomás, pensar que con esto cierro el capítulo de hoy, y ya sé, para que me creas al fin Karinita, que estaré dispuesto a ti siempre y todo el rollo de antes. La cogí del mentón muy delicado y la hice doblar hacia mi y si mis labios hace un rato no pudieron con sus dedos, ahí mismo se desahogaron con los de Karinita, y aunque no duró mucho -porque los dos teníamos todavía el recuerdo de esa bajada fugaz del taxi y lo que sucedió luego, que no te preocupes Kary, yo no digo nada, eso espero, ja, ja- fue mi recuerdo mas bonito, en un febrero en que otra vez no esperaba nada, y a pesar de que era quince, fue un beso de catorce, un beso torpe, sin sabor a menta, pero que me hizo transpirar incluso más que sus caderas a compás de reggaeton. No hablamos mucho después, caminamos hasta su casa, y que conste que esperé a que entre, y antes de cerrarme la puerta en la cara se volteó y me abrazó y me besó las dos mejillas ahora sí, y sin trabajar otras cuatro horas. No me dijo nada, y se encerró. Y así fue ese casi catorce, y sin pensar en mucho regresé caminando, porque ahora sí, ni un sol me ha quedado.