sábado, 20 de marzo de 2010

Cabellos cegadores


En un lugar de Lima, cuyo nombre no quiero mencionar, Alvaro y yo decidimos entrar a la discoteca más colorida de nuestras vidas. Mientras ascendíamos por los escalones de madera, nos empezamos a recriminar el uno al otro por lo tontos que habíamos sido al aceptar sin objeciones el parloteo del anfitrión de la puerta. Llegamos al segundo piso y nos sentamos en la tercera mesa. Raudamente divisamos la mesa aledaña a la barra con tres rubias sentadas, tomando unos tragos fosforescentes, riendo y esperando la música en inglés. No había sido tanta mentira después de todo lo del bufón que nos animó a entrar. Comenzamos a fumar y pedimos una jarra de cerveza.

La música vulgar, abundante de dames y tomas, siguió por un buen rato y a las gringas no les quedó más remedio que seguir conversando y por ratos virar la cabeza en busca de un peruano, ni muy apuesto ni muy ordinario, pero decidido. Empezamos a opinar con Alvaro de las chicas, debíamos aprovechar que eran recién las nueve y el local escaseaba de varones. Seguíamos fumando, intentando esa pose de mafiosos italianos, tal vez si hubiera sido un puro y no un pitillo cualquiera las coloradas se hubieran acercado.

Esta salida había sido improvisada, el plan era perder un poco de plata en el casino y luego calabaza, calabaza, pero esta ciudad está en el hoyo y no queda más que hundirnos con ella. Yo estaba vestido como quien va a una pichanga y después que vi a unos tipos darse media vuelta con las gringas (tal vez eran demasiado ordinarios para sus gustos) no quise arriesgarme, mejor dormir tranquilo y no pensar con los ojos en el techo que qué lindo hubiera sido ser brichero. Sin embargo, Alvaro quería de todas maneras demostrarle a alguna de las cabelleras doradas sus pies ligeros. Como eran tres no era inconveniente que él vaya solo, pues le conté brevemente de mis duermevelas. Se secó medio vaso y se estaba levantando, cuando lo retuve. Le dije cuales eran las palabras que debía utilizar para que no haya pierde, "con una voz libidinosa, claro está", le aclaré. Tomó asiento después de mi consejo y empezó a repetir la frase, las últimas repeticiones me las hizo al oído; sin haberme convencido mucho le mentí que estaba listo. Se paró decidido y caminó.

- Do you wanna dance with me? - preguntó Alvaro con una acentuación pésima y una voz cortada.
- Y, soy argentina, pelotudo.

1 comentario:

  1. Jajajaja.

    Pues gracias por tan buenas vibras a mi Blog, cariño. Aunque, si me pides consejos en asuntos amorosos, estaremos fritos: de estas cosas yo no sé nadita, nada.

    Pero te dejo miles de abrazos desde México.

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