La
encontró perdida. No podía negar que él también lo estaba. Al menos era sincera
y reconocía su perdición aunque intentaba camuflarla cada vez que podía tras la
sombra de sus amplios conocimientos de filosofía. Teorizaba muy profundo sobre
casi todas las cosas importantes, entiéndase por ello: el canto de los pájaros,
el conocer verdaderamente a una persona (y cuánto dura), el desamor... Con una
de sus primeras frases se refirió a la imposibilidad de pasear corta de ropa
por las calles pero él la tomó inofensiva, y agregó "es
difícil ser mujer en esta ciudad". Hoy podría pensar que en ese instante
empezó a seducirlo. Hoy podría besarla.
Andrés
guardaba la ínfima esperanza mientras daba respuestas de memoria, sin
traicionarse pero sin ganas de estar ahí. La gira estaba dando mucha plata,
Balthazar era el que se sentía más poderoso, quizás porque era la primera vez
que viajaba tanto. Justamente esa fue la motivación para realizar la
travesía. Andrés no había decidido mirando los dólares sino la lista de ciudades
proyectadas. En el itinerario figuraba Lima, la que no se puede olvidar.
Anunciaron la última pregunta por hacer. La cabeza del cantante giró en un
arranque de desesperación y la encontró, un poco más delgada, con los labios
rojos y esa línea encantadora en la comisura de su boca.
Se
conocieron luego de leerse mutuamente, se parecieron interesantes. Se demoró un
tiempo en dar con ella, el problema de vivir en un laberinto. A pesar que
los arbustos de pared no eran tan altos, la duda siempre lo perseguía, tomar un
camino incorrecto podría retrasarlo o hacerlo perder la oportunidad de verla
para siempre. El laberinto fue construido durante el primer gobierno del
presidente Belaúnde; esa y demás obras fueron cimentadas queriendo continuar
con la urbanización de la ciudad, sin embargo, casi cincuenta años después no
se hubiera imaginado a quién encerraría aquel jardín caótico.
Caminaba erecta y con compás castrense. De perfil conmovedor por su nariz, que
a pesar de su forma singular, resultaba besable. Era delgadamente carnosa,
pálidamente rojiza. Cargaba siempre con sus ojeras de sabiduría, una sonrisa de
vidrio y de cuidado, dos frutos de temporada, ombligo simétrico y nalgas
firmes. No fue su voz sino el discurso. Empezó a disfrutar de su butaca de
cine, era eso, la voz solamente era su forma de llegar.
La
primera vez no fue sencilla, incluso le generó un poco de pánico el sentirse
evaluado a cada rato. Era bastante incisiva, como queriendo llegar al fondo del
asunto, y luego seguir, atravesar los muros de un callejón sin salida. Hasta
que con un poco de fortuna llegaron a las películas, y si bien no todas eran
comunes, coincidieron en aquellas con que los padres fanfarronean cinefilia. Le
intentó contar la trama de una que no recordaba su nombre para ver si la
sacaba, pero resultó inútil, es más, ella se burló de su pésima capacidad de
cuenta-cuentos aunque la ablandó un poco. Siguieron con el cine y ella se puso
un poco triste evocando "La guerra y la paz", fue cuando empezó a
hablar de su gusto casi perverso por el alcohol. Ese día no se le sintió tanto,
no se oponía totalmente a la creencia de dar una agradable primera impresión.
Recuerda que le costaba mucho soportar los ojos, demostraba instantes
insoportables cuando la buscaba, pero soltaba risitas, eso era bueno, él pensó
que encontrarla sería una invitación para verla matarse, pero al contrario, su
alma quería bailar y la bautizó Esperanza.
Para
terminar le faltaba mucho, y peor, se castigaba sola poniéndoselo en cara. No
se sentía cómoda aprendiendo tantas fórmulas pero lo hacía muy bien, no
esperaba que la llamen, le gustaba invertir roles con los profesores y un día
calló a un doctor. Su vida era investigar sobre todo, excepto sobre ella. Era
adorada por Gina, quien le daba un par de indicaciones, terminaba y bailaban
cada una desde su oficina. Y enviaban las investigaciones a competir por todo
el mundo y ella le contaba orgullosísima mientras caminaban por el laberinto,
que era el camino de toda su vida. Cuando estaba con ella podían tomar atajos,
caminar bajo la oscuridad total y salir ilesos. Él empezó, sin calcularlo, con
un esputo sobre su verdadera vocación, y a ella le enterneció tanto que
quisieron abrazarse. Era tan dura que escuchar su asfixia de risa lo
emocionaba, se sentía útil. Esperanza estaba alegre, esa noche solamente había
bebido un par de sorbos.
Ambos
escribían con sangre, con los litros perdidos en el pasado. Se envidiaban las
palabras, el orden y la precisión que habían alcanzado. De esta extraña
obsesión por las letras ajenas, la idea de observarse más de cerca era la que
les permitía que continúen sus caminatas de noche. Ya jugaban un poco a
desearse pero sólo por escrito. El beso, como sucede en ocasiones, invadió todo
el cuerpo, pasando desapercibido algunos días hasta que más o menos al cuarto
se dieron cuenta que la adicción era evidente. Pero igualmente continuó dura.
-
Ya no puedes seguir viniendo sin mi consentimiento.
La
sexualidad dejó fluir los juegos. A pesar de su cansancio, de su cara de sueño,
la chica se ponía más hermosa. Jugaban por decir, al cine. Cómplices, no
mencionaban qué personaje habían elegido, pero creaban nuevas situaciones para
ellos, los besaban, era real aquello. A Esperanza le gustaba reír, pero no
sobrestimar una simple articulación de la boca, ella quería ser triste, beber
un sorbito de vino, ganar en algo, negar el amor como el engaño más grande. Y
la deprimía peor el tomarse de las manos, excepto cuando le gustaba hacerlo y
se excusaba por el frío. Y a él nunca le importaron mucho esas nostalgias,
seguía jugando, ahora a las metáforas. Siempre le interesó saber: ¿cuál de las
muñecas rusas le parecía la más bonita? Podía atreverse a preguntarle porque
ella siempre sabía todo y la quería por eso. El juego de las pinturas lo descubrió
una vez que la encontró recostada. Desde su perspectiva la vislumbró como la
Venus de Botticelli y cuando se lo dijo soltó una carcajada, y se dejó besar,
aun ella tuvo la iniciativa de besarlo suavemente en ambas mejillas, como si lo
quisiera. Exactamente a partir de ese momento inverosímil es que sucedió otra
peripecia genial, descubrió aquel ángulo perfecto y terso que junta el brazo y
el tronco: su axila de publicidad. Ocurrió como un equivalente a encontrar
minas del color del trigo y resultó suficiente para afirmar que estaba
enamorado de ella. Se imaginó siendo el hombrecito de "Hable con
ella" pero decidido a vivir en su axila para siempre.
Un lunes que pelearon, decidieron amistarse jugando por única vez a los novios. La
cuidó en un caminito del laberinto cuando se cruzaron con dos extraños, ella
misma cedió. Compartieron su día, sus miedos recientes. Se acariciaron
febrilmente de manera furtiva por los vigilantes del municipio hasta que se le
ocurrió vendarle los ojos. Ella lo permitió, caminó ciega según lo que él le
indicaba, y él quería que se caiga de culo y le duela, pero no, terminó entera.
Y por ese beso en la frente, por esos intercambios tímidos de labios, le
convidó un poco del licor y le sonrió en espera de un descuido para escupirlo al
jardín. El poco néctar que llegó a ingerir le paralizó la lengua, percibió un
amargor y con él, el miedo de caer como un saco al suelo. Y sintió que debía
advertirle, que esa bebida no era lo que ella pensaba, que le seguiría
humedeciendo los ojos y nublando la vista frente al espejo para continuar
engañándose que no era bonita. Cuando ella se desmayó, tomó un descanso para recobrar fuerzas. La cargó hasta el umbral de su habitación, la recostó en
el suelo y le dejó una nota de papel dentro de su puño derecho. La esperanza la
depositó en que ese jugo sea un vino al revés donde el agrio se transforme en
un dulce espeso.
Andrés
y Ulrica están sentados en un cafetín, diez años después.
-
Me gustó casi todo hasta esa de "Tuyo Siempre".
-
Cierto, para ti está prohibida.
-
Igual que el tabaco y el alcohol.
-
Aún tu "feminismo" encantador.
Se
emanaba el aroma de La Marzocco, adormeciendo ambas almas enfurecidas con el
tiempo.
-
Debes saber algo. He sido el primer amor, una vez.
-
Si me enteré que te acostaste con el alter ego colombiano de Borges. Está
documentado, eres inmortal.
-
Te odio. Ya me harté.
-
Quédate cinco minutos más - conduciendo los dedos entre sus piernas.
-
Una pregunta tonta, - dijo en voz baja - ¿crees que soy bonita?