jueves, 3 de abril de 2014

Acoso textual


El libro ajeno: la mujer escotada,
las ganas de abrazarlas, deslechándolas
y el sonido antagónico de cualquier nene que aspira.
- Cjuuuuuuuuuuu (vaso con una cañita, un jugo que se termina)

No más novena ley, deseo leer, contar,
decirlo y sentir que deslumbro.

Cuántos pechos postizos en el armario,
pezones arrugados, inundando la habitación.
Pocos, pocos empolvados que a pesar de su obsolescencia y deterioro
rememoran el momento en que uno pronuncia:
"me vine" y piensa que fue preciso.

Pido permiso al vecino del bus, no me mira por leer,
¿qué pasó finalmente con Quilca?

lunes, 23 de diciembre de 2013

Boceto (carbón, o no)



La encontró perdida. No podía negar que él también lo estaba. Al menos era sincera y reconocía su perdición aunque intentaba camuflarla cada vez que podía tras la sombra de sus amplios conocimientos de filosofía. Teorizaba muy profundo sobre casi todas las cosas importantes, entiéndase por ello: el canto de los pájaros, el conocer verdaderamente a una persona (y cuánto dura), el desamor... Con una de sus primeras frases se refirió a la imposibilidad de pasear corta de ropa por las calles pero él la tomó inofensiva, y agregó "es difícil ser mujer en esta ciudad". Hoy podría pensar que en ese instante empezó a seducirlo. Hoy podría besarla.

Andrés guardaba la ínfima esperanza mientras daba respuestas de memoria, sin traicionarse pero sin ganas de estar ahí. La gira estaba dando mucha plata, Balthazar era el que se sentía más poderoso, quizás porque era la primera vez que viajaba tanto. Justamente esa  fue la motivación para realizar la travesía. Andrés no había decidido mirando los dólares sino la lista de ciudades proyectadas. En el itinerario figuraba Lima, la que no se puede olvidar. Anunciaron la última pregunta por hacer. La cabeza del cantante giró en un arranque de desesperación y la encontró, un poco más delgada, con los labios rojos y esa línea encantadora en la comisura de su boca.

Se conocieron luego de leerse mutuamente, se parecieron interesantes. Se demoró un tiempo en dar con ella, el problema de vivir en un laberinto. A pesar que los arbustos de pared no eran tan altos, la duda siempre lo perseguía, tomar un camino incorrecto podría retrasarlo o hacerlo perder la oportunidad de verla para siempre. El laberinto fue construido durante el primer gobierno del presidente Belaúnde; esa y demás obras fueron cimentadas queriendo continuar con la urbanización de la ciudad, sin embargo, casi cincuenta años después no se hubiera imaginado a quién encerraría aquel jardín caótico.

Caminaba erecta y con compás castrense. De perfil conmovedor por su nariz, que a pesar de su forma singular, resultaba besable. Era delgadamente carnosa, pálidamente rojiza. Cargaba siempre con sus ojeras de sabiduría, una sonrisa de vidrio y de cuidado, dos frutos de temporada, ombligo simétrico y nalgas firmes. No fue su voz sino el discurso. Empezó a disfrutar de su butaca de cine, era eso, la voz solamente era su forma de llegar.

La primera vez no fue sencilla, incluso le generó un poco de pánico el sentirse evaluado a cada rato. Era bastante incisiva, como queriendo llegar al fondo del asunto, y luego seguir, atravesar los muros de un callejón sin salida. Hasta que con un poco de fortuna llegaron a las películas, y si bien no todas eran comunes, coincidieron en aquellas con que los padres fanfarronean cinefilia. Le intentó contar la trama de una que no recordaba su nombre para ver si la sacaba, pero resultó inútil, es más, ella se burló de su pésima capacidad de cuenta-cuentos aunque la ablandó un poco. Siguieron con el cine y ella se puso un poco triste evocando "La guerra y la paz", fue cuando empezó a hablar de su gusto casi perverso por el alcohol. Ese día no se le sintió tanto, no se oponía totalmente a la creencia de dar una agradable primera impresión. Recuerda que le costaba mucho soportar los ojos, demostraba instantes insoportables cuando la buscaba, pero soltaba risitas, eso era bueno, él pensó que encontrarla sería una invitación para verla matarse, pero al contrario, su alma quería bailar y la bautizó Esperanza.

Para terminar le faltaba mucho, y peor, se castigaba sola poniéndoselo en cara. No se sentía cómoda aprendiendo tantas fórmulas pero lo hacía muy bien, no esperaba que la llamen, le gustaba invertir roles con los profesores y un día calló a un doctor. Su vida era investigar sobre todo, excepto sobre ella. Era adorada por Gina, quien le daba un par de indicaciones, terminaba y bailaban cada una desde su oficina. Y enviaban las investigaciones a competir por todo el mundo y ella le contaba orgullosísima mientras caminaban por el laberinto, que era el camino de toda su vida. Cuando estaba con ella podían tomar atajos, caminar bajo la oscuridad total y salir ilesos. Él empezó, sin calcularlo, con un esputo sobre su verdadera vocación, y a ella le enterneció tanto que quisieron abrazarse. Era tan dura que escuchar su asfixia de risa lo emocionaba, se sentía útil. Esperanza estaba alegre, esa noche solamente había bebido un par de sorbos.

Ambos escribían con sangre, con los litros perdidos en el pasado. Se envidiaban las palabras, el orden y la precisión que habían alcanzado. De esta extraña obsesión por las letras ajenas, la idea de observarse más de cerca era la que les permitía que continúen sus caminatas de noche. Ya jugaban un poco a desearse pero sólo por escrito. El beso, como sucede en ocasiones, invadió todo el cuerpo, pasando desapercibido algunos días hasta que más o menos al cuarto se dieron cuenta que la adicción era evidente. Pero igualmente continuó dura.
- Ya no puedes seguir viniendo sin mi consentimiento.

La sexualidad dejó fluir los juegos. A pesar de su cansancio, de su cara de sueño, la chica se ponía más hermosa. Jugaban por decir, al cine. Cómplices, no mencionaban qué personaje habían elegido, pero creaban nuevas situaciones para ellos, los besaban, era real aquello. A Esperanza le gustaba reír, pero no sobrestimar una simple articulación de la boca, ella quería ser triste, beber un sorbito de vino, ganar en algo, negar el amor como el engaño más grande. Y la deprimía peor el tomarse de las manos, excepto cuando le gustaba hacerlo y se excusaba por el frío. Y a él nunca le importaron mucho esas nostalgias, seguía jugando, ahora a las metáforas. Siempre le interesó saber: ¿cuál de las muñecas rusas le parecía la más bonita? Podía atreverse a preguntarle porque ella siempre sabía todo y la quería por eso. El juego de las pinturas lo descubrió una vez que la encontró recostada. Desde su perspectiva la vislumbró como la Venus de Botticelli y cuando se lo dijo soltó una carcajada, y se dejó besar, aun ella tuvo la iniciativa de besarlo suavemente en ambas mejillas, como si lo quisiera. Exactamente a partir de ese momento inverosímil es que sucedió otra peripecia genial, descubrió aquel ángulo perfecto y terso que junta el brazo y el tronco: su axila de publicidad. Ocurrió como un equivalente a encontrar minas del color del trigo y resultó suficiente para afirmar que estaba enamorado de ella. Se imaginó siendo el hombrecito de "Hable con ella" pero decidido a vivir en su axila para siempre.

Un lunes que pelearon, decidieron amistarse jugando por única vez a los novios. La cuidó en un caminito del laberinto cuando se cruzaron con dos extraños, ella misma cedió. Compartieron su día, sus miedos recientes. Se acariciaron febrilmente de manera furtiva por los vigilantes del municipio hasta que se le ocurrió vendarle los ojos. Ella lo permitió, caminó ciega según lo que él le indicaba, y él quería que se caiga de culo y le duela, pero no, terminó entera. Y por ese beso en la frente, por esos intercambios tímidos de labios, le convidó un poco del licor y le sonrió en espera de un descuido para escupirlo al jardín. El poco néctar que llegó a ingerir le paralizó la lengua, percibió un amargor y con él, el miedo de caer como un saco al suelo. Y sintió que debía advertirle, que esa bebida no era lo que ella pensaba, que le seguiría humedeciendo los ojos y nublando la vista frente al espejo para continuar engañándose que no era bonita. Cuando ella se desmayó, tomó un descanso para recobrar fuerzas. La cargó hasta el umbral de su habitación, la recostó en el suelo y le dejó una nota de papel dentro de su puño derecho. La esperanza la depositó en que ese jugo sea un vino al revés donde el agrio se transforme en un dulce espeso.

Andrés y Ulrica están sentados en un cafetín, diez años después.
- Me gustó casi todo hasta esa de "Tuyo Siempre".
- Cierto, para ti está prohibida.
- Igual que el tabaco y el alcohol.
- Aún tu "feminismo" encantador.

Se emanaba el aroma de La Marzocco, adormeciendo ambas almas enfurecidas con el tiempo.
- Debes saber algo. He sido el primer amor, una vez.
- Si me enteré que te acostaste con el alter ego colombiano de Borges. Está documentado, eres inmortal.
- Te odio. Ya me harté.
- Quédate cinco minutos más - conduciendo los dedos entre sus piernas.
- Una pregunta tonta, - dijo en voz baja - ¿crees que soy bonita?